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Con la Vida en Dos Maletas

Comienzo este relato desde mi cama, un primero de enero cerca del quinto aniversario de mi llegada a otro país. Mientras las palmeras danzan detrás de la ventana, recorro la historia que me trajo aquí, recuerdo mi casa y la vista del valle al abrir los ojos. ¡Qué vista!, lo último que veía antes de dormir y lo primero que buscaba al despertar. Una voz me susurró que atesore esa visión, por si la fuera a perder en alguna curva del futuro. Aprieto los ojos con ansiedad y la encuentro. Recuerdo también los lugares donde bailé, las esquinas en las que lloré, la angustia por perder el control en mi camino trazado de tener, pertenecer, representar. Puedo repetir la historia desde mi cabeza y describir lo que pasó. O puedo contarla desde mi bitácora de viaje y sentir que esta historia es aquello que siempre deseé. En el verano de 2010, empezamos a usar el término “Diosidencia”, como una manera de explicar eventos y circunstancias que son comúnmente llamadas “Coincidencias”. Según La Acad

Retazos de Infancia

Suena físicamente imposible, pero cambiar nuestros recuerdos del pasado es un evento más común de lo que imaginamos. Siento que mi infancia ha ido cambiando con el paso del tiempo. Quedan memorias, imágenes y una que otra cicatriz que es la punta del iceberg de capas y capas de ego, cual cromos que a veces van cambiando de color o que se pasan de página para seguir existiendo. Tengo un galería de recuerdos, lamentablemente no puedo revivir las emociones, pero quedan las imágenes en "blanco y negro" de situaciones que en en su momento destilaban tonalidades,  emociones sonoras, sentimientos desbordantes. Claramente recuerdo mi "curioso" (vamos, todos tuvimos esa cursilería de preguntar intimidades y desear ver nuestro nombre en alguna o varias listas), mandatorio durante el ciclo básico de un colegio religioso de hace (más de) treinta años. Guardé ese cuaderno para releer de cuando en vez lo que mis compañeras habían escrito acerca de mi y sentirme popular (pueden

Caída

En el aeropuerto de Hong Kong compré el libro de Murakami, "Kafka on the Shore". Era un libro grueso que si no me entretenía por las siguientes decenas de horas, al menos serviría de almohada. La lectura transcurrió entre la conciencia y la subconsciencia, así como la novela; entre la duermevela y la atención focalizada en los gatos, pescados que caen del cielo, el Coronel Sanders, Johnny Walker, y el "Rice Bowl Hill Incident",  aquel en el que niños de escuela pierden la conciencia por unas horas en un campo abierto, debido a causas que intencionalmente no fueron explicadas en el libro. El libro es una metáfora dentro de otra, pero al llegar al capítulo XII, sentí el episodio en carne propia y me dormí. Cuando tenía nueve años, mis padres tuvieron la buena idea de construir un tercer piso a la casa de la Mariana de Jesús . En retrospectiva fue una excelente decisión. Como personas organizadas que son, durante los meses de vacaciones empezaron a acumular materiale

Encuentro con la locura

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Todos hemos tenido encuentros lejanos o cercanos con la locura. Locura a diferentes niveles, locura camuflada, locura a todas luces; bien dicen que de poetas y locos, todos debemos tener un poco. Neurosis, esquizofrenia, trastornos obsesivos, patologías múltiples; cada encuentro nos ha cambiado de alguna manera, así como un lienzo en blanco no va a permanecer inmaculado en medio de una fiesta infantil. Mis encuentros han sido prolongados unos, breves otros, profundos la mayoría. Mi tía sufrió de esquizofrenia desde que la conocí, para mi familia era normal evitar ciertos tópicos que pudieran ser malinterpretados y en ciertas épocas -muy identificables-, cerrar las puertas con llave y estar pendiente por si ella decidía salir a la calle. Una vez que supe que es lo que le pasaba (cuando tenía  aproximadamente  26 años), le pregunté que le decían las voces. Me miró extrañada y me preguntó que cómo sé que las voces le hablaban. Durante su año final de vida, y sabiendo que los períodos

Una burbuja de recuerdos

colegio Queridas compañeras de la Promoción 1990, autoridades del colegio, profesores, religiosas y personal que sigue manteniendo las instalaciones en su esplendor y más allá de las denominaciones, todos quienes llevamos a la Dolorosa en el corazón. Cuando empecé a escribir esta misiva desde mi trópico florido, tuve que hacer un doble cálculo, temerosa de que las enseñanzas de la Señora de Cano me hubieran traicionado. ¡25 años! Dicen que los números no mienten, pero al mirar las fotos descoloridas y recordar las bases de mi existencia, los recuerdos se sienten tan cerca. Vuelvo a sentir el sol en la pista de patinaje y las veo a ustedes, queridas amigas, con sus innumerables talentos, nuestras modas ochenteras, las travesuras de las que fuimos parte y también, claro, las crisis por las que todas atravesamos y que ahora nos encuentran otra vez aquí, donde todo empezó, vestidas con un saco rojo y el jumper a cuadros más feo que me he puesto.  La teoría dice que enviamos a lo

La Rueda de la Rata - Parte I

Una vez que terminé la secundaria, estudié Administración de Empresas, una carrera que supuestamente no me correspondía, gracias ese afán de etiquetar a las personas con una elección que se hace a los trece años. Por esta razón, me gradué en un colegio de monjas con “especialización” en Sociales, que me limitó dentro de mi educación enlatada, vara del éxito en la que se miden inteligencia, genes, familia y futuro. Intenté la primera vez y a pesar del curso preuniversitario, no pasé el examen de admisión a la Universidad Católica. En esa época de mi avanzada juventud –en la que actué como una anciana melancólica-, la culpa que me cargué por un accidente de tránsito con un ex–candidato presidencial, me recluyó casi dos años en casa, acompañada solo por libros y películas, dentro de un hoyo oscuro y profundo al cual le estaba ya tomando cariño. No es que haya herido a alguien, a no ser a mi frágil ego y al eje delantero del Chevrolet café que transportaba a este personaje iracundo qu