Destino Ineludible

Como si fuera coincidencia, uno de mis primeros clientes en el primer banco, se apareció frente a mi una noche en la que no debía salir, en un lugar en el que no debía estar, con personas a quienes no quería ver. Una noche de corazones rotos en la que una amiga literalmente me sacó de la cama y me sacudió una leve adicción a los dolores del corazón. Hay varios ángulos desde los que se disecciona la realidad y queda en la discreción de cada lector el leer sus memorias a travez de un filtro trágico, heroico, o fascinante. Esa noche regresé de Cayambe luego de un agotador viaje de trabajo, decidí faltar a la Universidad y refugiarme en la cama de mis padres. Recuerdo que estábamos viendo "Un Milagro para Lorenzo" cuando el teléfono sonó y mi amiga Pepa me preguntó sobre la causa de mi ausencia. "Regresé muy tarde" alcancé a mentir mientras que Susan Sarandon se quemaba las pestañas. "Estoy muy cansada y ya estoy en la cama", dije. "De ninguna manera" dijo mi amiga, delgada y elegante cual sílfide egipcia, "Voy para allá y vamos a salir." Me sentí agobiada, ni siquiera podía tener una noche de descanso para nutrir mi depresión y dar paso a mi entretenido programa de mirar al techo con la luz apagada junto al teléfono y apostar a que recibiría una llamada en los próximos diez minutos. Sí, en esa lejana noche aún nos comunicábamos mediante cables que salían de las paredes.

Me vestí apresuradamente y dejé a Lorenzo para la posteridad oléica. Mirando en el retrovisor, tal vez esa era la llamada que estuve esperando para cerrar un libro plagado de personajes pintorescos  que supieron ver reflejado su egoísmo en mi espejo. De acuerdo, ¡de acuerdo!, esa afirmación cae lejos de la realidad; mis relaciones sentimentales juveniles fueron un resultado confuso de mi individualismo y mis malas maneras que me hicieron navegar en un constante conflicto emocional, como Marx hubiera querido. Solo que esta última relación se convirtió en un "Objeto A" y me hizo tomar el camino vulnerable, ese que se presenta atractivamente como una especie de tristeza y nos quiere convencer de que la nostalgia es parte de la canasta básica de la gente interesante.


Este cliente era uno de los más jóvenes de mi cartera de Clientes VIP. Aunque llevaba varios años como emprendedor, su juventud hizo que el Comité de Crédito niegue un par de operaciones de reestructuración, pero no evitó que al conocernos, su primera pregunta fuera: "Veo que tiene un aro, ¿es usted casada?." El aro, ¿qué aro? "Ah, no, soy soltera", balbuceé mientras daba la vuelta al anillo que había tomado "prestado" del cajón de mi madre. Tal vez me quedaba muy grande, o quizás era más cómodo escribir con el adorno hacia adentro; lo que efectivamente ocurrió es que mi cara se sonrojó en varios tonos de carmín. Meses después, el cliente me invitó a almorzar y hablar sobre el proyecto de venta de zapatos deportivos en el que se embarcaría. El dicho almuerzo era en el club, en fin de semana y lo primero que hice es conocer a sus sobrinas que tenían un puesto de computadoras en el bazar navideño. Todas las alarmas profesionales sonaron, pero como buenos vendedores de autos usados, fingimos que era una cita de negocios. Al final de la tarde, Danilo me llevó de vuelta a casa y yo tenía la certeza (digamos esperanza) de que esa no iba a ser la última vez que nos veríamos. Cuando pasamos cerca del Parque de la Carolina, con toda galantería espetó "por aquí vive mi enamorada", "que interesante", dije sin sonreír, y lancé por la ventana mis mejores intenciones crediticias.

Regresando al futuro, el primer bar de la noche – el desaparecido Tequila -  y ahí estaba el “causante A” de la insatisfacción bebiendo una cerveza. ¿Para esto salí? Pedí que me destapen una biela fría mientras, tal como desde hace tiempos inmemoriales, fingimos disfrutar y no percatarnos de la presencia irritante de otra persona que hace lo mismo a menos de un metro de distancia, difuminando miradas intermitentes.  Luego del tiempo prudencial que separa el “bar hopping” de la “huída con estampida”, salí con mi amiga a otro bar, esta vez para efectivamente, olvidar.

Ahí lo vi, una cara conocida en este sitio en el que todos andaban con pareja, incluso él. No solo con pareja sino también con un amigo recién llegado de Canadá, rubio, barbudo, exótico entre la población usual de los bares de la Floresta a mediados de los 90.  Nos saludamos a la distancia y nos encontramos a medio camino, entre un bar y una mesa de pool; "tanto tiempo desde que nos vimos en el banco", "a que te dedicas ahora", "¿con quien viniste?", conversación de relleno antes de volver él a su cita y yo a mi amiga. Menos de cinco minutos para ser exacta, pero suficientes para que mi acompañante “Pocahontas” entable amistad con “John Smith” y quede nuevamente sola, hundida en el abrazo de un sillón de bar, desde donde vi entrar al mismo sujeto de quien tanto huía. 

Parecería que efectivamente fue una noche para el olvido, pero en retrospectiva, fueron momentos determinantes en la vida de varias personas. En los cortos minutos en los que hablamos antes de que Danilo regrese al bar, le conté que me había pasado de institución financiera a una más pequeña, tanto así que su oficina principal en Quito quedaba en el tercer piso de un edificio ubicado en la Avenida República, en el que opera una agencia de DHL. Información irrelevante que tenía como objetivo evitar ahondar mi conflictiva situación sentimental, pero que sirvió su propósito cuando a la semana siguiente, Danilo y su english-speaking friend tuvieron que enviar un par de cuadros del artista Rivadeneira a Canadá. Vía DHL, desde luego. Subieron al tercer piso y preguntaron por nosotras. Tomamos un café y Danilo nos invitó a su fiesta de cumpleaños. 



Comments

Popular posts from this blog

Retazos de Infancia

Encuentro con la locura

Con la Vida en Dos Maletas