La Rueda de la Rata - Parte II
En resumen, la universidad me produjo más
ansiedad que el trabajo y el banco fue mi lugar favorito luego del cine. Tal
vez pensando en retrospectiva y regresando a ver a la rutina diaria que
comenzaba a las 7 AM en la universidad, seguida de ocho horas de oficina y cuatro más de
clase; el regresar a las 10 PM al banco para seguir trabajando debía haber
hecho sonar un par de alarmas y no solo las de la agencia. Aun siento calma cuando compulsivamente hago actividades que me distraen de la ansiedad y me hacen
creer que tengo el control de algo, como fue en su momento responder más de quinientos e-mails
diarios, entrar cada diez minutos a la página del banco o limpiar el mismo
rincón tres veces al día. El control es finalmente una ilusión y no podemos esperar controlar más
allá de nuestras reacciones, como aquella en la que el agotamiento me venció y en
la agencia bancaria me arrinconé al pie de una impresora dañada, con una crisis
de llanto que no paró en varias horas. Amablemente, mi jefe me embarcó en unas vacaciones
forzadas y no pensé en invertirlas mejor que un curso de verano en la
universidad, que me ahorró como un semestre por el cambio de pensum. No tenía
arreglo, en definitiva.
La falta de malicia me hizo renunciar antes de
hora al banco en vías de extinción y sin pena, gloria o liquidación por despido
intempestivo, me contrataron en otra institución financiera, en la cual aprendí
muchas cosas valiosas y útiles, especialmente aquellas que no deben hacerse. De
esa época tengo grandes recuerdos, grandes amistades y memorias un tanto agridulces. Efectivamente, el poder corrompe, y el poder económico corrompe de maneras inesperadas. El dinero no solo se convierte en el medio para compensar el estatus que ni la alcurnia, ni el grupo socio-económico, ni el lugar de nacimiento pueden mantener, sino que se convierte en el fin que en su paso destruye compañías, amistades, reputaciones, y perjudica a clientes y empleados. Otro factor que puede hacer que grandes empresas queden reducidas a una resma de papeles que se negocian a una fracción de su valor, es la falta de sentido común y el desperdicio en gastos que no generan valor. Es la "maldición de la abundancia", que le dicen; los peores errores se cometen en épocas de vacas gordas, cuando las vacas enflaquecen, los administradores cuidan cada centavo y se aseguran que toda inversión tenga el mayor retorno. Como debería ser todo el tiempo. Penosamente, ese es un conocimiento que se adquiere de maneras más dolorosas que únicamente ser testigo presencial -y a la larga colaborador- de la debacle.
Finalmente llegué a la última institución financiera
de esta parte del camino, que reforzó mi permanente búsqueda de
la prevalencia del sentido común sobre el conocimiento académico o de la
experiencia irrelevante. Hubo muchas situaciones con las que se podría escribir
un libro –otro– sobre como hacer que la maquinaria de una empresa funcione
y ser pionera en el mercado secundario de servicios financieros en un país,
sin embargo una de las experiencias que más me ha servido es una que involucró a una hilera de
archivadores metálicos. Gracias al liderazgo del presidente ejecutivo,
la Corporación tuvo éxito entre los prestamistas hipotecarios y nos enfrentamos
a cientos y luego miles de carpetas con documentos de cada operación crediticia;
tantas, que no cabían en los archivadores. Nuestra primera
reacción fue la de pedir autorización para comprar nuevos archivadores e inclusive
enfrascarnos en la discusión sobre el espacio que deberíamos hacer a los nuevos
muebles, lo cual incluía hasta mudanza a oficinas más amplias. El presidente nos oyó, -mientras
seguía con los ojos clavados en la computadora- y nos dijo que no hay
autorización para ese gasto. Es más, sugirió que saquemos dos archivadores y
los pongamos a la venta. Acto seguido, pidió que vengamos el sábado,
saquemos las carpetas y demás documentos que no necesitamos, vendamos el papel
a una recicladora, y hagamos espacio para las nuevas carpetas. Esta historia
terminó con toda las documentación en su lugar, con espacio de sobra para
nuevos papeles, y una invaluable lección
que se me aparece cada vez que quiero tomar el camino simplista de comprar, de acumular, y de posponer en lugar de poner en orden en el momento debido. Esta habilidad aprendida no solo es relevante en el lugar físico de trabajo o de habitación, sino en el espacio mental que cada actividad ocupa y que constantemente hay que abrir, limpiar, y hacer espacio para lo nuevo.
En esta época y en esta empresa, pude reunir lo
necesario, –información y voluntad- para presentar una tesis de grado y
terminar la carrera que había empezado. El plan de trabajar y acumular se
estaba cumpliendo, para mi desgracia, a pie juntillas.
Me llevo esto:
ReplyDelete"Esta habilidad aprendida no solo es relevante en el lugar físico de trabajo o de habitación, sino en el espacio mental que cada actividad ocupa y que constantemente hay que abrir, limpiar, y hacer espacio para lo nuevo"
Es excelente.