Cuando el tiempo se cuenta en semanas

¿Qué se siente estar embarazada? Para mis amigos y para mis amigas que no son mamás, a más de todas las descripciones posibles en películas, libros y cuentos, es sentirse física y emocionalmente parte del universo. Sin razón, ansiar cierta comida y sentir rechazo por otra, aunque haya sido el snack predilecto de las noches, como en mi caso fueron los hot-dogs. Es regresar momentáneamente a la edad de las cavernas y sentir un apetito infinito que raya en los instintos más primitivos; hubiera podido capturar una gallina y comérmela cruda si es que no comía en los próximos minutos. Son meses de creatividad, de novedad, -siempre y cuando la progenitora permanezca despierta-; es sentir un momentáneo regreso a la infancia y revivir esos momentos maravillosos de sumergirse en el agua tibia del letargo pacífico y profundo, sin importar si estamos en el trabajo, en el avión, o en un taxi con un chofer que no sabe a donde ir. Y ser comprendida.

Es imaginar cientos de probabilidades de ojos, pelo, estatura y personalidad, así como  defectos congénitos, enfermedades, o muerte. Es sentir temores insalvables, pero que  que también incluyen las palabras estrías, cicatrices, malestares, sobrepeso; y que se evaporan provisionalmente cuando la tecnología refleja en una pantalla tímidos latidos y nos dice que todo está bien.

Es cuando la vida sigue pero todo dentro de ella pasa a segundo plano. Es aceptar que este momento es único e irrepetible y terminar por rendirse a la emocionalidad hormonal que nos hace reír o llorar con igual facilidad. Es creerse un poquito Dios, es saber todo y al mismo tiempo saber nada. Es cuando nada es lo mismo. Es cuando toda la semana tiene el mismo número. 

Parecería que el embarazo y la maternidad es una visión romántica digna de la portada de Buenhogar. Bueno, no lo es. Cuando la divina criatura tiene a bien salir, el embelesamiento se termina y la mamá pasa de ser la más radiante modelo de fotos de perfil a una máquina productora de leche, y a pesar de que las hormonas han dejado de sostener nuestra estructura derrumbada a ground zero, ni siquiera podemos conservar el puesto preferencial en el parqueadero del centro comercial. El espejo se convierte en un temible lugar tanto físico como imaginario, ya que nuestro propio juzgamiento ha hecho suficientes estragos desde el día del parto. Es cuando comienza el hábito de ducharse con la puerta abierta, y no lo sabíamos aún, pero el usar el baño a solas y terminar de comer en una sola sentada están en camino a convertirse en lujos. Mucho que resolver, que arreglar, que coordinar, mientras llantos inconsolables que pueden desenfocar a los guardias de Buckingham, piden comida, cambio de pañal, dormir, jugar, comer, cambio de pañal, baño, comida, dormir, jugar, dormir, cambio de pañal, jugar, dormir, cambio de pañal. Talvez hablo solo por mi o talvez alguna otra madre pensó en las tácticas terroristas de privación del sueño para vencer el espíritu. 

Cuando mi madre me decía que esto ya va a pasar, tuve esperanzas de que mi vida vuelva remotamente a donde la dejé, esperanzas que se evaporaron en el segundo embarazo. Esto -léase angustia maternal- jamás pasa, únicamente se pasan las esperanzas de regresar.

Parecería que el embarazo sólo quita. En casos extremos, hasta las ganas de vivir; pero ¿qué da a cambio? Definitivamente una perspectiva más amplia de la realidad y estoy segura de no hablar únicamente por mi esta vez; nos regala la habilidad inigualable del multitasking, de escribir la respuesta para el banco mientras se coordina la fiesta de cumpleaños y al mismo tiempo nos hacemos el pedicure. Podemos decidir estudiar otro idioma, correr una media maratón, escribir un libro y efectivamente hacerlo; mirar hacia atrás y contar con indignación todas las horas desperdiciadas en dormir, dinero desperdiciado en zapatos, y la mente desperdiciada en miedos. Nos convertimos en súper-mamás, capaces de volar sin capa, de curar corazones, de subir a las montañas más altas sin oxígeno. 

Tener hijos es una decisión importante, pero lo realmente importante es que es una decisión, una de esas que duran para siempre y que si no se basan en el amor, pueden ser el último círculo de Dante. Como creo que no todos deben estudiar para ser doctores, creo que no todas las personas están obligadas a tener descendencia ni que los hijos son indispensables en un matrimonio. Hay días en los que me pregunto ¿en qué me metí? ¿si pudiera volver atrás, volvería a tener hijos? Siempre la respuesta está a flor de piel, en la punta de la lengua, pero no todos los días es la misma. 

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